sábado, 15 de junio de 2013

TRAMO ABANDONADO CON TORO DE OSBORNE

(Publicado originalmente en el blog EN LA CARRETERA, en Septiembre de 2012)


     De su primer trazado decimonónico a las rectificaciones de mejora del Circuito Nacional de Firmes Especiales (CNFE), años 20 y 30 del siglo XX, pasando por los planes REDIA de los años 60 y las adecuaciones de los 70 y 80 antes de quedar definitivamente esta ruta convertida en autovía, la carretera de Madrid a Valencia (antaño carretera de primer orden de Madrid a Castellón y posteriormente carretera general o nacional radial N-III) ha ido sufriendo constantes y puntuales alteraciones mayores o menores de recorrido de las que todavía es posible encontrar interesantes restos abandonados. 
 Algunos son accesibles, otros no lo son tanto, y unos pocos resultan verdaderamente complicados por no decir casi imposibles de alcanzar y de recorrer. En todos ellos la fuerza de la naturaleza se va imponiendo en la misma medida que el hombre se va desentendiendo de la existencia de estos residuos artificiales de su actividad. La vegetación va conquistando y dominando cada palmo de asfalto largo tiempo abandonado, y desaparecen los arcenes bajo los arbustos, árboles y matorrales que echan sus raíces en él, la tierra invade los márgenes y el pavimento se va cuarteando y deshaciendo como consecuencia de los fenómenos atmosféricos hasta llegar a desaparecer casi por completo en apenas un par de décadas. Pero también los animales se enseñorean sin ninguna oposición de estos territorios yermos y dormidos que antes fueron patrimonio humano exclusivo, y ese contraste entre la naturaleza espontánea y viva y la obsolescencia y degradación de las carreteras desechadas es precisamente lo que las hace tan dignas de interés y de curiosidad, cuando no de fascinación, una fascinación que para muchas personas suscitan asimismo otro tipo de ruinas y abandonos más o menos contemporáneos, como fábricas, casas, almacenes, cuarteles, hospitales, instalaciones ferroviarias y un largo etcétera. 
Sin embargo, las carreteras abandonadas, o los tramos resultantes de las mismas, por sus propias características morfológicas, su extensión, su ausencia de grandes elementos accesorios y su integración en el paisaje, impresionan y sorprenden al espectador de diferente manera a como lo hacen otras de las ruinas mencionadas. Quizá lo que más puede llegar a sobrecoger de ellas es el silencio, la quietud, la soledad, la nada absoluta que albergan (excepción hecha de la naturaleza dominante), justamente la antítesis de lo que representa una carretera en uso, por la que siempre están transitando vehículos y en la que raramente impera otra cosa que no sea el ruido, la actividad y el movimiento, y esto por lo menos en las carreteras principales.

 
Una de nuestras prioridades a la hora de acometer la tarea de realizar un detallado documental sobre la antigua N-III ha sido siempre la de visitar y dejar constancia gráfica (videos y fotografías) de todos esos fragmentos de la carretera que han ido quedando abandonados con el transcurso del tiempo como inevitables cicatrices de una obra gigantesca e inacabada, pero siempre en constante evolución y progreso. Porque además, el componente autobiográfico de estas sensaciones e impresiones personales es innegable, ya que recordamos haber transitado en el pasado por muchos de esos tramos ya en ruinas, lo cual nos devuelve a nosotros mismos una certera noción de nuestra propia decadencia y de la finitud de nuestras vidas. Las carreteras tampoco son eternas, pero se ha calculado que desaparecerán absorbidas y degradadas por la impetuosa naturaleza apenas dos siglos después de que lo haya hecho el último hombre sobre la faz de la tierra. No ha lugar a filosofar sobre este asunto, desde luego. Sería petulante por mi parte el pensar que puede dar para tanto. Simplemente se trata de emociones y de sensaciones experimentadas sólo a flor de piel, y por lo tanto muy elementales y escasamente trascendentes, por más que un repentino exceso de entusiasmo nos pueda llevar a creer lo contrario.
El tramo abandonado de la antigua N-III del que se ocupa este brevísimo video reúne todos y cada uno de los elementos propios a las carreteras en desuso ya mencionados, y uno más, de gran valor cultural, etnográfico, histórico, sociológico y todo cuanto se nos pueda ocurrir al respecto, que nunca nos quedaremos cortos: un genuino toro de Osborne, especie protegida en un país en el que hace bastantes años quedó proscrita la publicidad de las carreteras. Divisar su imponente silueta negra en el inmediato horizonte, entre matorrales, rocas y escombreras, mientras avanzamos despacio sobre el pavimento ruinoso (incluso durante varios metros desaparece un carril completo, convertido en una zanja o trinchera), es algo que alcanza una dimensión estética verdaderamente evocadora.