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sábado, 27 de abril de 2019

BAR RESTAURANTE "CÓRDOBA" DE MINGLANILLA. Esplendor y decadencia.



Un reportaje de Route 1963

Esplendor, decadencia, cierre, abandono y ruina, podríamos titular completa y muy descriptivamente esta nueva entrada del blog, pero seré más sintético de inicio. De todos modos las fotografías —casuales y azarosas— realizadas en una parada de un viaje relámpago a Levante el pasado 10 de abril, son lo suficientemente descriptivas. La decadencia, el abandono y la ruina que reflejan estas imágenes tomadas con escaso entusiasmo necesitan poco de las palabras para ser comprendidas. El tema no es nuevo, sino más bien recurrente en nuestro eterno deambular por el trazado de la antigua N-III.

Y a propósito de esto, comentar que algunos lectores y seguidores nos han reprochado la utilización sistemática y deliberada del término antigua N-III, que ha de considerarse incorrecto. Y tienen razón, porque no existe una N-III moderna (excluida la autovía A-3, que es otro tipo de carretera muy diferente), y por lo tanto la N-III no es ni antigua ni moderna, simplemente es, sigue existiendo y sigue siendo usada, acaso por los vecinos de los pueblos por los que sigue transitando su trazado original. En nuestra defensa solo podemos alegar que la denominamos antigua porque ciertamente lo es. Su proyecto, diseño y trazado más o menos actual se remonta por lo menos a mediados del siglo XIX, cuando no existían todavía los vehículos de tracción mecánica. Pero de aquí en adelante, en la medida de lo posible y si no nos traiciona el subconsciente, intentaremos utilizar la expresión histórica N-III, en vez de antigua N-III.

Y decía que el tema no es nuevo, sino más bien recurrente en este blog. Lo hemos abordado muchas veces, por lo que para no hacer reiterativo este preámbulo me remitiré a los propios trabajos al respecto que hemos publicado por aquí a lo largo de varios años. Estos son algunos de ellos:


Sobrecillo de azúcar con el nombre del establecimiento

Por otra parte resulta curioso, pero al mismo tiempo desalentador, comprobar que habitualmente no existe en internet información alguna acerca de los establecimientos abandonados en la histórica N-III que no haya sido aportada desde este blog. O, dicho de otro modo, cualquier búsqueda al respecto remite siempre a las entradas de nuestro blog, sin que sea posible, por lo tanto, ampliar nuestras investigaciones basándonos en informaciones existentes en la red. Somos creadores casi únicos y exclusivos de los contenidos relacionados con esta materia. Por eso, muchas veces, todo lo más que podemos hacer es acercarnos con alguna periodicidad hasta esos vetustos hostales, bares y restaurantes de carretera para comprobar y certificar gráficamente que el abandono y la ruina continúan imparables y que nunca más volverán a abrir sus puertas al público. Es más, ni siquiera volverán a abrirlas para dedicarse a otras actividades alternativas a la hostelería. Tampoco tendrían futuro. El tiempo de cualquier negocio dependiente de la carretera ya pasó. La carretera ya no da de comer.

miércoles, 30 de enero de 2019

VOLVIENDO POR LA ANTIGUA N-III. Primera parte. Villargordo-Contreras-Minglanilla.




UN VIDEO DE ROUTE 1963

Tratando de abrirme camino en el complejo mundo de los motovlogs —de momento sin el menor éxito—, el pasado 23 de enero de 2019, aprovechando un nuevo viaje de regreso desde la costa mediterránea hasta Madrid, decidí encender la cámara de video y volver a grabar la antigua N-III entre Villargordo del Cabriel y Honrubia. En esta ocasión cambia la filosofía, la perspectiva y la intención del video en comparación con otros muchos videos anteriores que he grabado en esta carretera a lo largo de los últimos diez años. Dotado de mejores medios y utilizando técnicas más modernas (cámara en el casco con micrófono incorporado, principalmente), el objetivo ha sido grabar el recorrido completo con comentarios en vivo y sin apenas pausas, entre las dos localidades citadas. El resultado es casi una hora de video que dividiré en tres capítulos de menor duración: el primero de ellos dedicado al tramo entre Villargordo del Cabriel y Minglanilla, el segundo al tramo entre Minglanilla y Motilla del Palancar, y el tercero y último entre Motilla del Palancar y Honrubia. Cada uno de estos capítulos los enlazaré en el blog como entradas fechadas respectivamente en enero, febrero y marzo de 2019, a pesar de que todos ellos, en principio, serán subidos al blog en el mes de marzo.

Se trata, en cualquier caso, de videos sencillos, casi experimentales y sin excesiva edición ni pretensiones técnicas —aunque grabados en HD—, en los que intento ofrecer una nueva visión subjetiva y espontánea de la antigua N-III desde el asiento de la moto en una jornada invernal de fuerte y violento viento en esta y en otras carreteras españolas.


viernes, 17 de julio de 2015

LA N-III EN LA SERIE "LOS CAMIONEROS" (1973)



Un reportaje de Route1963


La célebre serie de televisión Los camioneros, dirigida en el año 1973 por Mario Camus y protagonizada por el actor Sancho Gracia, de la que se produjeron y emitieron un total de trece episodios con una duración media de treinta minutos cada uno, fue probablemente, con la salvedad de algún largometraje, el único producto audiovisual español de ficción dedicado al tema de la carretera en la época. En el año 2006 la serie, rodada originalmente en color, fue digitalizada, remasterizada y recopilada para su comercialización en cinco discos en formato DVD contenidos en un lote o pack indivisible. De uno de esos discos DVD, el que contiene el episodio número 5, es de donde he capturado los fotogramas que ilustran esta entrada del blog.

En mi modesta opinión, creo que la serie no fue una producción televisiva de excesiva calidad. Por una parte, los guiones de los diferentes capítulos son flojos, mal hilvanados y acusan notoria dejadez en su ejecución. Esto da lugar a unas historias un tanto simples y carentes de la necesaria tensión dramática, cuando no pretenciosas e inverosímiles unas veces o excesivamente tópicas y acomodaticias en otras. Por otra parte, a pesar del protagonismo y buen hacer de Sancho Gracia en todos ellos, los diferentes capítulos se antojan inconexos entre sí y huérfanos de un hilo conductor adecuado que pudiera procurarles una unidad narrativa común. Por último, los descuidados diálogos, la endeblez de los papeles y la interpretación de los actores, con alguna meritoria excepción, tampoco ayudan en exceso a mejorar la calidad del producto. En la propia sinopsis de la serie ya se hace evidente la modestia de sus intenciones:

Paco es un camionero de treinta años, mimado por su madre y por su novia, y con fama de "golfo", según él, infundada. Los camiones son su pasión, el azar de las rutas su aliciente. Le suceden historias pequeñas y grandes, sembradas de costumbrismo contemporáneo; un poco de emoción, un poco de riesgo, comidas aquí y allá, largas horas de trabajo con nieve o con calor extremo al volante y, de vez en cuando, un gesto de solidaridad humana. Es la crónica de las aventuras de Paco, camionero por vocación. La serie fue rodada en escenarios naturales variados, que muestran la diversidad de la geografía española y refuerzan, cara al espectador, la imagen del camionero como una especie de moderno nómada. 



En cambio la fotografía, a cargo de Hans Burman, y la banda sonora original, escrita y dirigida por Antón García Abril, dignifican la serie muy por encima de la mediocridad del guión. Pero en todo caso estas historias de camioneros se dejan ver muy gustosamente cuarenta años después, y puede decirse que la obra tiene ahora ese valor añejo y testimonial de otro tiempo -los primeros años 70 en España- del que carecía cuando fue rodada.  Y es que, para los buenos aficionados al tema de la automoción clásica y de las antiguas carreteras españolas, los generosos exteriores y los vehículos mostrados profusamente en la serie a lo largo de diferentes y muy variados escenarios de todo el país, adquieren hoy en día un valor documental impagable.

Uno de estos escenarios, aunque no lo suficientemente aprovechado a mi entender, es la carretera de Madrid a Valencia, o N-III, que aparece en el episodio 5 titulado, con la habitual racanería imaginativa de sus guionistas, como Tabaco y naranjas a mitad de precio. La historia narrada en este episodio es también, probablemente, una de las peores, más descuidadas e inverosímiles de toda la serie. A cambio nos obsequia, sin embargo, con unos magníficos exteriores de Madrid y su tráfico rodado y una interesante y extensa excursión por la N-IV entre la capital y las proximidades de Aranjuez, todo ello en el disparatado final del episodio y en detrimento de mejores exteriores previos en la N-III. Pero el guión, aunque sea muy flojo, es el que manda, y a él se deben las imágenes y el desarrollo de la acción. Esta es la sinopsis de la historia que aparece en el reverso de la caja del DVD:

Paco viaja en compañía de Brito, "El Gafe" hacia Valencia. En un bar de carretera recogen a Haydee, una muchacha argentina que les explica que ha sido víctima de un robo y que lleva consigo un saco lleno de cartones de tabaco. Cuando los camioneros la conducen a un cuartelillo para que denuncie el robo, Haydee desaparece. De regreso a Madrid, la muchacha que se había ocultado en el remolque, roba el camión y huye. Paco emprende la persecución en moto y logra recuperar el camión.


 
El Pegaso de la compañía de transportes Empresa Montaña cruza la coronación de la presa del embalse de Alarcón, conducido por Sancho Gracia en compañía del segundo conductor, el actor Antonio Iranzo, de camino a Valencia. Al salir de Madrid han comentado que si no hay novedad tardarán cinco horas en llegar a la capital levantina. Estamos en el año 1973 (tal vez la serie fue rodada al menos un año antes), y el camión lleva en el semirremolque un disco que indica su limitación legal de velocidad a 60 km/h., con lo cual cinco horas se nos antojan muy escasas e improbables para cubrir la distancia que separa ambas ciudades. Pero la historia en realidad va a transitar por otros derroteros no mucho más verosímiles.


Nuestros camioneros se han quedado sin tabaco y deciden detenerse en el primer pueblo para aprovisionarse de cigarrillos. En el cartel de dirección coincidente de la N-III que aparece en el fotograma puede leerse: Tarancón 115, Madrid 197. Nos encontramos, pues, en Motilla del Palancar o en sus proximidades, pero las fugaces escenas exteriores no muestran elementos demasiado significativos de esta localidad, o no al menos que puedan serlo después de cuarenta años para quienes no hemos residido nunca en ella. Pero también es posible que los exteriores hubieran sido rodados en otro lugar y luego montados en la película. Lo cierto es que aparcan el camión y entran en un bar del pueblo en donde no venden cigarrillos. Absolutamente inverosímil en un establecimiento de carretera de la España de los 70, en donde lo habitual es que se vendieran más paquetes de tabaco que bocadillos. Y a partir de aquí, con la aparición de la atractiva y absurda señorita argentina que va cargada de cartones de tabaco y que dice haber sufrido un robo y el abandono de su novio, la historia deriva ya sin solución hacia el disparate absoluto. 

 
 


Pero por lo menos estos rocambolescos derroteros de la historia sirven de pretexto para mostrarnos algunas hermosas imágenes monumentales y paisajísticas de los alrededores del pueblo de Alarcón, lo cual es muy de agradecer. Y aunque no vemos en ningún momento al Pegaso cruzar bajo esos arcos medievales, queremos creer que su gálibo se lo permitía, porque de otro modo habría sido necesario recurrir a complicados trucos o montajes cinematográficos, y no parece que la serie anduviese muy sobrada de presupuesto ni de ambición para tales cuestiones. 


Minutos después, este fotograma de la España profunda, con su buzón de Correos gris ceñido por los colores de la enseña rojigualda frente al destartalado cuartelillo de la Guardia Civil, nos reconcilia con una trama que se vuelve antipática e indigesta por momentos. Y eso que estamos omitiendo la mayor parte de los detalles de tan insustancial guión para quedarnos sólo con los aspectos que nos interesan. 

 


  
Temporalmente liberados de la presencia de la irritante señorita argentina (o eso creen ellos y deseamos en vano los espectadores), nuestros esforzados profesionales de la ruta vuelven a la N-III sentido Valencia. Estas largas rectas y el paisaje circundante nos permiten ubicar las escenas en los tramos de carretera comprendidos entre Motilla del Palancar y Minglanilla. Es interesante observar la pintura amarilla de la señalización horizontal de la calzada, pero sólo en las líneas centrales que delimitan ambos carriles, porque las que delimitan los arcenes están pintadas de blanco. Muy poco tiempo después, hacia 1974 ó 1975, el Código de la Circulación español establecería la pintura blanca para toda la señalización horizontal viaria, quedando limitada la pintura amarilla a las zonas de obras, tal y como sigue vigente en la actualidad. 



Poco después, ya llegando a Valencia según comentan los protagonistas, recorremos este tramo de carretera que casi con toda seguridad estoy convencido de que no se corresponde con la N-III. Pero podría estar equivocado. ¿Alguno de los lectores reconoce este lugar?  En cualquier caso no identifico el entorno y prefiero recrearme en la contemplación de esos postes telefónicos (¿o telegráficos?) de cinco mástiles, o como se denominasen técnicamente, que ya es imposible o al menos improbable encontrar en las carreteras españolas.



Una vez cargado el camión con varias toneladas de naranjas en algún almacén indeterminado de Valencia o su provincia, los camioneros regresan a Madrid por la noche. A poco de comenzar el viaje de vuelta se detienen a cenar en un restaurante de carretera. Sancho Gracia ojea el diario Levante mientras Antonio Iranzo, al que le corresponde conducir de regreso, se dispone a comer un plato de paella. No falta la botella de vino tinto, por supuesto, porque eran otros tiempos y el alcohol al volante no estaba tan proscrito y castigado como ahora por la Ley. En otras escenas anteriores les hemos visto beber cerveza y todavía les veremos en las escenas finales tomarse una copa de coñac. Sancho Gracia por fin cierra el periódico y cena también su correspondiente plato de paella acompañado de algún vaso de vino.

 
Una pareja nocturna de la Guardia Civil de Tráfico, a bordo de sus tradicionales motos Sanglas, hace acto de presencia en el lugar, sin que su aparición tenga otro propósito más allá de la mera ambientación escénica. Un detalle acertado que se agradece.





Con las primeras luces del día los camioneros llegan a Madrid. Esto demuestra que en ningún caso era posible que realizasen el viaje en cinco horas, ni siquiera yendo de vacío. Antonio Iranzo, al volante, despierta a su compañero Sancho Gracia, que duerme en la litera trasera. Interesantes escenas de la N-III, desde diez años antes convertida en autovía en esta zona a la altura de Moratalaz y Vallecas, con el parque móvil de la época circulando por la carretera a través de los carriles pintados de amarillo. 

Hasta aquí todo cuanto concierne a la carretera Madrid-Valencia en este episodio, pero ya que estamos metidos en materia lo analizaremos hasta el final, puesto que en su desenlace, no menos disparatado que su desarrollo, encontramos las escenas y fotogramas más interesantes de la historia.






El mercado de Legazpi, en Madrid, centro neurálgico del abastecimiento de víveres de la capital en la época y lugar de destino de la mayoría de los camiones que entraban en la ciudad cargados de alimentos. Hasta allí llegan nuestros protagonistas con su mercancía de cítricos valencianos, y podemos observar a placer el parque móvil pesado español de antaño: Avias, Barreiros, Ebros, Pegasos, DKW... Un panorama maravilloso para los más nostálgicos.





Pero también somos dichosamente obsequiados con varias tomas aéreas del tráfico rodado de la ciudad, sus edificios y sus anuncios, lo que nos permite comprobar cuánto ha cambiado Madrid en estos últimos cuarenta años. 





Mientras esperaban para descargar la mercancía, los protagonistas sufren el robo del camión, a manos de, ¡cómo no!, la irritante y estúpida antagonista llamada Haydee, que había viajado oculta en el semirremolque desde el día de la víspera, cuando la encontraron en un bar de carretera de la provincia de Cuenca. Poco verosímil que en aquella época una mujer supiera conducir un camión, y mucho menos que se atreviera a sustraerlo, pero vamos a pasar por alto el detalle para deleitarnos con estos fotogramas urbanos en los que Sancho Gracia trata de hacerse desesperadamente con un vehículo para salir en persecución de su camión robado. Seat 600, 850, 1500... Un Pegaso, algún Morris y esa furgoneta Sava de Madalenas Ortiz con matrícula de Alicante. Entrañable parque móvil que circulaba por las calles de las ciudades españolas en los primeros años setenta.







Finalmente Sancho Gracia (Paco, en la serie) se apropia de una vieja Vespa en marcha sin que apenas oponga resistencia su conductor, y sale en persecución del camión robado, que ya le lleva cierta ventaja. En estos fotogramas podemos ver un microtaxi Renault 8 (bandas amarillas) circulando por delante de un taxi Seat 1500, un autobús Leyland de la EMT precedido por otro autobús Pegaso o Barreiros de color verde perteneciente a alguna línea periférica de la capital (de la compañía Trapsa, muy probablemente), y algunos elementos urbanos, como el cartel de dirección coincidente de la N-IV en el inicio de la misma, en el que se lee Aranjuez 44, Ocaña 58.








La persecución en Vespa (y por supuesto sin casco para el piloto, ya que entonces no era obligatorio), resulta muy de película de acción trepidante (aunque la moto parece correr bastante más de lo que podría hacerlo en la realidad), y nos permite deleitarnos con un sinfín de imágenes de la N-IV a la salida de Madrid y en algunos otros tramos emblemáticos, como la conocida Cuesta de la Reina, en las proximidades de Aranjuez. Como ya vimos y comentamos anteriormente en la N-III, la señalización horizontal está pintada de amarillo en las líneas delimitadoras de los carriles y de blanco en las correspondientes a los arcenes. Por lo demás, mientras la Vespa alcanza al Pegaso robado, lo que no sucederá hasta las cercanías de Aranjuez, podemos entretenernos con el tráfico rodado que circula por la carretera, formado por muchos de los modelos de camiones y automóviles más emblemáticos de los años sesenta y setenta en España. También asoma entra la vegetación en la cuneta derecha, en uno de los fotogramas, el hito kilométrico rojo correspondiente de la época del Plan Peña, elementos indicadores que ya empezaban a ser reemplazados por la señalización metálica, pero que hasta su definitiva implantación seguían estando vigentes y sometidos a conservación y mantenimiento.




La peculiar orografía de la N-IV en la vega del Tajo madrileña, con sus característicos toboganes y cambios de rasante, curvas peraltadas, rampas y pendientes zigzagueantes. Pero también los carteles publicitarios (neumáticos General, Cointreau, Mirinda, vino Montecillo...) que entonces no sólo no estaban prohibidos como ahora en las carreteras sino que le añadían un toque colorista al paisaje y no creo que por ello se distrajeran los conductores, razón por la que fueron suprimidos.



Y por último, otro hito kilométrico del Plan Peña, éste bien visible y correspondiente al km.38 de la N-IV en pleno descenso sentido Andalucía de la temible y mítica Cuesta de la Reina anteriormente comentada, en donde tantos vehículos pesados de antaño tenían dificultades para salvar el pronunciado y largo ascenso en sentido Madrid.



Y con este fotograma concluimos el reportaje. Sancho Gracia recupera su camión, por supuesto, pero esto es lo de menos. A decir verdad, casi todo lo que no sean escenas de carretera y vehículos en la serie Los camioneros, me parece superfluo. Pero sólo por ello merece la pena ver y recrearse en todos sus episodios una y cien veces: constituyen un excepcional y exhaustivo documento de la historia de la automoción española clásica de hace medio siglo.






 


viernes, 28 de febrero de 2014

PRIMER SUBTRAMO ABANDONADO EN EL PRIMITIVO PUERTO DE CONTRERAS.



A buen seguro que el vocablo subtramo no es el más adecuado ni ortodoxo para denominar este vestigio de la antigua N-III en el inicio del primitivo Puerto de Contreras, desde Minglanilla hasta el límite con la provincia de Valencia, pero la citada denominación no es nuestra, sino de reputados ingenieros de caminos y profesores universitarios que han estudiado en profundidad esta carretera desde una perspectiva casi arqueológica, e incluso han escrito algún libro muy interesante resumiendo todas sus conclusiones con el loable propósito de proponer su rehabilitación como carretera histórico-turística para preservar de este modo el interesante patrimonio viario que aún se conserva en ella, si bien en un estado cada vez más preocupante de ruina, abandono y olvido.

En cualquier caso, carentes de la intención de extendernos en estas consideraciones, lo cierto es que este tramo (o subtramo) que parte del segundo trazado de la N-III (el primero es la carretera decimonónica y el tercero la autovía A-3) a pocos kilómetros de Minglanilla, está efectivamente cortado abruptamente en el talud resultante de la construcción de la propia autovía, y tiene continuidad al otro lado de ella en el segundo subtramo, mucho más corto, que desemboca en el tramo principal y continuo del trazado decimonónico del Puerto de Contreras que lleva sin interrupción hasta la Presa, el poblado obrero, la fábrica de cemento en ruinas y la localidad de Villargordo del Cabriel, todo ello ya en la provincia de Valencia.

El primer subtramo, que es el que va a merecer brevemente nuestra atención en esta entrada, tiene una longitud aproximada de 1.500 metros y su estado de conservación es muy deficiente, no en vano lleva fuera de servicio desde finales de 1969, cuando se inauguró el segundo trazado de la N-III, que dejó igualmente en desuso el segundo subtramo y parcialmente el resto del trazado del Puerto de Contreras construido por el ingeniero Lucio del Valle en 1850.



Bien podríamos decir que en la actualidad este primer subtramo se asemejaría más a una pista forestal que a un vestigio histórico de una antigua carretera radial de primer orden, de no ser porque conserva todavía algunos de los elementos originales de ésta, como pueden ser los postes de contención de hormigón (y en muchos de ellos con su malla metálica reglamentaria según la normativa del Plan Peña de 1939), o los pretiles de piedra característicos del siglo XIX, que no fueron modificados en absoluto durante el XX. Por lo demás, el asfalto se encuentra considerablemente degradado e invadido por la vegetación, hasta el punto de que en bastantes puntos del trazado la calzada ha visto reducida su anchura por lo menos a la mitad de la que tuvo cuando estaba abierta al tráfico, hace 44 años.

Pero estamos hablando de memoria, de cuando la recorrimos en 2011 como parte de los trabajos para el documental, de modo que casi tres años más tarde es probable que la degradación de este subtramo sea aún mayor de la que nosotros conocimos. Nos aventuramos por aquí en moto en las primeras horas de una calurosa tarde de Septiembre invadidos por la estimulante emoción de adentrarnos en un territorio absolutamente indómito y salvaje por el que hacía mucho tiempo que no transitaba nadie en un vehículo, aunque sabíamos que era una falsa ilusión, porque el personal de Google Maps había cartografiado fotográficamente el lugar con anterioridad y, de hecho, nosotros habíamos estudiado esas imágenes con deliberada atención antes de decidirnos a recorrer el tramo con las suficientes garantías. No queríamos sorpresas desagradables, ni una mala experiencia, y mucho menos exponernos a una caída con las motos.

Sin embargo, había una cosa que habían visto los de Google Maps y nosotros no, y viceversa, algo que vimos nosotros y no ellos, llevándonos nosotros la peor parte de la experiencia, o al menos el susto, aunque afortunadamente sin consecuencias. En el recorrido fotografiado por Google Maps, al principio del tramo se veían neumáticos abandonados en una cuneta, que ya no estaban cuando pasamos nosotros. Y casi al final del tramo nos encontramos, en cambio, con una pequeña explotación de apicultura al aire libre, con las cajas de las colmenas dispuestas en la calzada, algo que no reflejaba la cartografía de Google Maps, y que, de haberlo hecho, nos habría disuadido, tal vez, de adentrarnos en la zona. 






Bien es cierto que un cartel advertía de la presencia de estos peligrosos insectos, pero lo hacía apenas diez metros antes de llegar a las colmenas, cuando ya era del todo imposible esquivarlas. Casualmente, y pese a lo caluroso de la jornada, íbamos perfectamente pertrechados con nuestra ropa motorista para épocas más frías del año, esto es, chaquetones de Gore-Tex, pantalones de cuero, guantes, pañuelos de cuello, botas y cascos integrales. Sin casi tiempo para reaccionar, nos cerramos herméticamente las viseras de los cascos, aún sabiendo por experiencia que esto no garantizaba una estanqueidad absoluta de nuestros cuerpos, ya que alguna vez que otra se nos ha introducido un insecto por una manga, el cuello o una pernera de los pantalones, y las picaduras generalmente han sido muy dolorosas.

Sin embargo, en esta ocasión logramos salir indemnes de tan delicada situación. Varias abejas se estrellaron contra las viseras de los cascos, los carenados de las motos e incluso contra el objetivo de la cámara de video, que iba grabando en ese momento, y los pequeños impactos negros quedaron reflejados en la grabación. Y como este primer subtramo no tiene salida, al morir junto al talud de la autovía, como hemos dicho, pues tuvimos que enfrentarnos de nuevo a las abejas en sentido inverso al cabo de un rato, pero sin el factor sorpresa que nos había atemorizado a la ida.

El video resultante de esta incursión en territorio histórico de la antigua N-III, tan inhóspito y abandonado, no ha visto la luz todavía, pues lo reservamos para el documental y no queremos que pierda su condición de inédito, y lo mismo podemos decir de otros tantos videos de esta carretera que no hemos divulgado todavía, o si lo hemos hecho ha sido sólo de manera parcial y a modo de avance ilustrativo de nuestros trabajos.

Pero en cambio, sí que nos estamos dedicando de cuando en cuando a un ligero pasatiempo que consiste en conducir virtualmente un autobús, mediante un simulador de conducción, a través de todos estos tramos históricos de la N-III, abandonados o no. Y hemos elegido un autobús, cuando podríamos haber elegido un automóvil, para resaltar mejor las desproporciones existentes entre unas carreteras de dos carriles (uno por sentido), demasiado estrechas y llenas de curvas con radios muy incómodos, con el considerable tamaño de los autobuses que se veían obligados a circular por ellas en el pasado, un tamaño no excesivamente diferente al de los autobuses contemporáneos. Hemos de reconocer que nuestra pericia al volante de estos vehículos virtuales deja bastante que desear, y más comprometida que sería la situación si los condujesemos realmente, algo ya imposible por la mayoría de los tramos históricos de la primitiva N-III, pero como ejercicio ilustrativo de las dificultades y peligros que ofrecía esta carretera y todas las demás de la antigua red nacional al transporte pesado de mercancías y viajeros, nos parece un ejercicio divertido, curioso e interesante para ser plasmado en sencillos videos de aficionado sin grandes alardes de edición.

Este es el tercero de ellos, y enlazamos al final los dos anteriores, ya reseñados en el blog.

viernes, 18 de octubre de 2013

LA CARRETERA MADRID-VALENCIA EN EL ARCHIVO FOTOGRÁFICO DE LA FUNDACIÓN TELEFÓNICA



De maravilloso me atrevería a calificar el reciente descubrimiento propio de los fondos o archivos fotográficos de la Fundación Telefónica de España. Andaba buscando imágenes antiguas de las carreteras españolas en la red, cuando lo encontré providencialmente. Ignoro el tiempo que lleva disponible en internet, lo que me interesa es que lo he encontrado y he conseguido deleitarme por fin con todas aquellas imágenes añejas de la carretera que siempre quise ver y que casi nunca pude localizar. Y en este caso, además, por miles y tomadas en casi todas las carreteras del país y en la mayoría de sus ciudades y pueblos más importantes. Quizá exageradamente podría decir que este hallazgo ha sido comparable al invento de una máquina del tiempo que me hubiese permitido viajar al pasado, pongamos un siglo hacia atrás.

Tratándose como se trata de un archivo de la que fue CTNE (Compañía Telefónica Nacional de España), en su origen y durante muchos años uno de los monopolios estatales más importantes y antiguos del país, el fondo fotográfico está obviamente dedicado a la telefonía y a todos sus muchos elementos auxiliares relacionados. Pero por suerte para  los que somos aficionados a las carreteras y a su historia, los hilos y postes del tendido telefónico han sido desde sus comienzos compañeros paralelos de aquéllas y parte esencial de su paisaje. Y esto significa, ni más ni menos, que viendo las fotografías que ilustran la progresiva implantación de las líneas telefónicas en España desde principios del siglo XX, vamos a poder deleitarnos también en la contemplación de sus carreteras tal y como fueron antes de que el Circuito Nacional de Firmes Especiales (CNFE) acometiese importantes mejoras en las mismas. Pero no sólo vamos a ver carreteras, sino también casillas de peones camineros, puentes, vehículos automóviles y de tracción animal y hasta vetustas señales de tráfico en una época en la que ni siquiera existía todavía el Código de la Circulación ni normativa alguna que regulase el tránsito por aquellas vías que más tenían de caminos pedestres que de verdaderas carreteras tal y como las entendemos hoy en día. Y sin embargo comunicaban de modo terrestre pueblos y ciudades entre sí a lo largo de toda la geografía nacional, al tiempo que postes y cables del teléfono lo hacían de modo aéreo junto a las cunetas o a través de los campos.

Y para que nuestra satisfacción fuese completa, después de navegar a través de miles de fotografías durante horas, hemos encontrado justamente las que más nos interesaban: las de la carretera de Madrid a Valencia, muchos años antes de que se denominase N-III y su calzada dispusiera de otro firme distinto al de la tierra y las piedras. En ésta y en la mayoría de las otras carreteras del país, por principales que fuesen, hizo acto de presencia antes el tendido telefónico que el asfalto o los adoquines. Y como consecuencia de ello se produce un brutal contraste entre la modernidad que representa la instalación telefónica y la obsolescencia de unas carreteras decimonónicas y completamente solitarias en las que apenas si circulaban algunos carruajes y caballerías en incipiente competencia con los primeros vehículos a motor. Ambientalmente, por otra parte, todas esas mortecinas fotografías en blanco y negro reflejan con exacta fidelidad la realidad de una nación pobre, atrasada, desolada y dura, en donde muchos de sus paisajes adquieren una dimensión casi fantasmagórica y truculenta pero, al mismo tiempo, aplicando nuestra mirada contemporánea un siglo después, entrañable y evocadora. (Hemos retocado ligeramente todas las imágenes para mejorar el brillo y la calidad visual pero no por ello han perdido su ambientación original ni la capacidad de transmitir interesantes emociones y despertar muy oportuna curiosidad).  


En la primera fotografía que abre este reportaje podemos ver la inconfundible estampa del puente sobre el Cabriel en Contreras, obra de Lucio del Valle finalizada en 1851. La línea telefónica Madrid-Valencia se abría paso a través de este abrupto territorio unas veces junto a la carretera y otras, cuando esto no era posible, campo a través. Sobre estas líneas podemos observar también en Contreras a un operario de Telefónica trabajando en lo alto de uno de los postes del tendido aparentemente sin disponer de ningún elemento de seguridad. En las tres imágenes que siguen se aprecia el revirado trazado de la carretera en la zona. Habíamos visto fotografías similares, incluso algo más antiguas, pero estas son inéditas:








Y a continuación podemos asistir a los trabajos de colocación de un poste en Contreras a cargo de una cuadrilla de operarios, momentáneamente inmóviles para el posado fotográfico. Se desconoce la fecha exacta de las imágenes, pero podemos datarlas entre la década de los diez y los primeros años veinte del siglo pasado.



Hubiera resultado ciertamente decepcionante no haber podido encontrar fotografías de casillas de peones camineros en este archivo, pero para nuestra satisfacción hemos localizado dos de la carretera Madrid-Valencia, por el momento. La primera debía de encontrarse en las proximidades de Villargordo del Cabriel, mientras que la segunda se hallaba en el km. 54 y a 8 kms. de Fuentidueña (y a 294 de Valencia), según puede leerse con mucha dificultad ampliando la imagen. Los omnipresentes postes de madera y los hilos telefónicos que surcan el cielo le otorgan un aspecto fascinante a estas instantáneas. Por descontado que no queda huella alguna de tales casillas.






A continuación el Puente de Fuentidueña sobre el Tajo. Prestó servicio en la carretera Madrid-Valencia hasta la década de los años cincuenta del pasado siglo.




Retrocedemos hasta el kilómetro 18, en la época término de Vaciamadrid a secas (sin Rivas):




Montaje de postes en un punto no determinado de la carretera, entonces denominada de Madrid a Castellón por Valencia. Muy pintoresco el camión auxiliar, no lleva neumáticos, sólo llantas metálicas o de madera. Al fondo se ven dos grandes edificios o construcciones. ¿Alguno de ellos podría ser el Castillo de Garcimuñoz o el Monasterio de Uclés?  Se admiten opiniones, por supuesto.





Hilera de postes en el km. 83, proximidades de Tarancón. A la derecha podemos ver parcialmente lo que parece otra casilla de peones camineros. ¿Ese estrecho camino de tierra sería el trazado de la carretera o bien la carretera discurre al otro lado de la casilla? No lo sabemos, pero cualquier cosa nos parece perfectamente posible en aquellos años, por increíble que nos pueda antojar ahora.




En la siguiente fotografía, el km. 226. Esa larga recta de tierra hollada por ruedas de carro lleva hasta Minglanilla. Estremece el mero hecho de imaginarse un viaje de Madrid a Valencia por semejantes andurriales, pero esto es lo que había, y dicho viaje se hacía de todos modos aunque los viajeros y las caballerías se dejasen la salud en este empeño.



Volvemos a Contreras, km. 242. A la izquierda se aprecia el muro de contención de la carretera. La línea telefónica se abre paso ahora campo a través:




El kilómetro 261, cerca de Caudete de las Fuentes. Una hilera de árboles flanquea la carretera en compañía de los postes del teléfono. El automóvil está detenido, sin chófer, y completamente lleno de barro y de polvo. Tiene matrícula de Madrid, parece que M-23.681. Si así fuera, se trataría de un Chrysler matriculado en el mes de julio de 1927.


Kilómetro 332, cerca de Cheste. Aquí la carretera por lo menos ha ganado considerablemente en anchura, pero no circula ni un alma, pese a la proximidad de la ciudad de Valencia.





Requena y su plaza de toros, kilómetro 282. Ese tramo de carretera todavía se conserva con idéntico trazado, aunque con el firme de adoquines, seguramente de la época del CNFE.




Kilómetro 290, entre Requena y Buñol. El encintado de la carretera sólo se encuentra en el lado izquierdo de la misma. Probablemente lo desmontaron en el lado derecho para la instalación de los postes telefónicos, pero sólo es una hipótesis.





Y para finalizar este interesante recorrido por el pasado de la carretera de Madrid a Castellón por Valencia, nos vamos a Villargordo del Cabriel. También se conserva asfaltado ese tramo en la actualidad y llegó a formar parte de la N-III antes de la inauguración de la variante de Contreras en 1969.






Es posible continuar tan ameno viaje por la historia de las carreteras españolas, sus vehículos, sus paisajes, sus pueblos y sus ciudades a través del ARCHIVO FOTOGRÁFICO DE LA FUNDACIÓN TELEFÓNICA. Un viaje que recomendamos sin ningún género de duda a todos nuestros lectores.