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domingo, 24 de marzo de 2013

DOMINGO EN LA CARRETERA. Antigua N-III. (1ª Parte). Perales de Tajuña, Montalbo, Villares del Saz.

(Publicado originalmente el 22 de mayo de 2012 en el blog EN LA CARRETERA)


Todo lo que existe, a veces, no es más que una carretera que lleva hasta algún sitio, abierta como una herida necesaria en la faz del paisaje por el bisturí preciso de la ingeniería, por la fe inconmovible del hombre en las comunicaciones, por la necesidad civilizada de unir ciudades con ciudades, culturas con culturas, hombres con hombres, según los cánones modernos -y no tan modernos- del progreso. Donde se acaban las casas, las calles, las avenidas y las industrias, sólo existe el campo y las carreteras que lo surcan para que podamos escaparnos y huir, siempre hacia otro sitio. 

Pero no siempre se trata de una huida o de una escapatoria inconsciente y hasta frenética, sino de la búsqueda deliberada de una revelación mágica, de un hallazgo presentido, de una rememoración intencionada que nos reconcilie con nosotros mismos y con nuestro pasado, con lo que fuimos, con lo que somos, y con lo que aspiramos a ser. Y para estos propósitos una antigua carretera que fue, y que ya no es, representa mejor que cualquier otro ámbito ese espacio preciso en donde poder encontrar todas esas revelaciones, hallazgos y rememoraciones que andamos buscando. Y no sólo eso. Más allá de las propias certezas autobiográficas que podamos encontrar en una carretera caída en el desuso y en el olvido, también podemos encontrar en ella los pasos perdidos y las señas de identidad de otros que nos precedieron y a quienes ni siquiera llegamos a conocer.

En realidad hace ya bastante tiempo, por lo menos tantos meses como los que llevamos trabajando en el documental Antigua N-III, una ruta histórica, que he tomado íntimo contacto con esos sentimientos y con esas sensaciones, que unas veces me han salido al paso fortuitamente sin que yo las esperase, y que otras veces he salido yo deliberadamente a buscarlas sabiendo que habría de encontrarlas sin demasiado esfuerzo. Una vez conocido el mecanismo de activación de las emociones que suscita una vieja carretera, el procedimiento para desatarlas es tan sencillo como zambullirse en ella y dejar que sea ella, la vieja carretera, la que nos descubra sus secretos.

  
Con esta idea y con el propósito fundamental de seguir recopilando material videográfico para el documental, el pasado domingo 20 de mayo de 2012 me puse en camino, esta vez en solitario, aprovechando mi tradicional viaje primaveral de vacaciones a la costa alicantina. El plan era extraordinariamente ambicioso, pues tenía el firme propósito no sólo de recorrer, grabar y fotografiar la mayoría de los tramos, abandonados o no, que quedaban pendientes en las provincias de Valencia y Cuenca, así como las travesías urbanas que la autovía ha dejado de lado tiempo atrás, sino también, al márgen del documental y para futuros proyectos, efectuar asimismo grabaciones y fotografías en la N-332 entre Valencia y el límite con la provincia de Alicante. Tan ambicioso plan de viaje iba a suponer inevitablemente muchas horas en la carretera, muchas paradas, subir y bajar de la moto infinidad de veces, avanzar y retroceder constantemente por el antiguo trazado, pues tenía la intención de grabar los tramos en ambos sentidos, Madrid-Valencia, Valencia-Madrid, y esto no sólo para poder disponer de material extra, sino que técnicamente no me quedaba otra alternativa si quería grabar video y obtener fotografías al mismo tiempo. 


Después de siete horas ininterrumpidas en la carretera, sin comer, ni beber, ni orinar apenas, con un tiempo húmedo y desapacible, acompañado de terribles ráfagas de viento, cumplí todos mis objetivos, y esta es la primera parte del breve resúmen de los resultados. Alrededor de un centenar de fotografías y 90 minutos de video únicamente frustrados al final, ya en la N-332 y casi llegando a destino, al agotarse completamente la batería de la videocámara. 


El primer objetivo de la expedición fue la variante de Perales de Tajuña, ya por tercera vez. La primera falló la videocámara y no se grabó el recorrido, y en la segunda llovía ligeramente y el objetivo de la cámara se llenó de pequeñas gotas de agua. Y aunque el tiempo amenazaba lluvia de nuevo, a la tercera fue la vencida. 



Este hito kilométrico a las afueras de Perales de Tajuña probablemente perteneció en tiempos a la N-III, pero en la actualidad ha sido reconvertido para la local M-317.


El tiempo era desapacible y lluvioso en la provincia de Madrid, pero los pronósticos indicaban que mejoraba hacia el Este, como así fue. De nuevo en la autovía, quedaban unos 70 kilómetros hasta Montalbo, siguiente objetivo histórico del recorrido en el día de hoy. Un tramo abandonado a la entrada y la propia travesía del pueblo, con vestigios de bares de carretera y talleres cerrados para siempre, entre otras cosas dignas de verse, eran sus mejores alicientes. Una patrulla de la Guardia Civil estaba apostada precisamente junto al acceso al tramo abandonado cuando llegué, con lo cual decidí pasar de largo para evitarme complicaciones y me detuve a la entrada de Montalbo. Al cabo de unos diez minutos se retiraron y entonces di media vuelta y me fui para allá. 



El tramo en cuestión, de aproximadamente un kilómetro de longitud, viene a morir a los pies de la autovía, una característica habitual en casi todos los tramos abandonados que antaño formaron parte de la antigua N-III. 


Una vetusta fonda de carretera que servía al mismo tiempo de parada oficial de la línea regular de autobuses Madrid-Valencia-Madrid, cubierta por la empresa Auto Res, como puede comprobarse en el rótulo que aún se conserva sobre la fachada. Todo está en fiel consonancia con otros tiempos, tal vez los años 70 o antes, tanto las puertas, como el toldo y el rótulo rústico, con ese solitario tenedor dibujado que no sabemos si hace referencia a la categoría del establecimiento o es sólo un pictograma alusivo a su actividad comercial. En cualquier caso, hoy en día nos produciría cierto repelús entrar a comer en un sitio tan hermosamente cutre, lo que no quita para que probablemente en el pasado se comiera por lo menos aceptablemente. Una cosa es la estética y otra cosa es la gastronomía.




 
Carteles indicadores que se van degradando con el paso del tiempo y que adquieren una presencia casi tan desoladora y fantasmal como el lugar en donde se encuentran. Algunos de ellos ni siquiera señalan ya la dirección correcta. Como tantos otros pueblos de la antigua N-III, Montalbo fue un lugar de paso y escala obligada de viajeros, vehículos y mercancías, y en ello basó su prosperidad y pujanza durante largas décadas. En el pasado, la idea de hacer transitar las carreteras nacionales por el centro de las localidades de la ruta estaba orientada precisamente a fomentar el desarrollo de estas poblaciones, a sabiendas de que una carretera es una fuente de riqueza y un estímulo para el crecimiento económico de los lugares que atraviesa. Pero estos conceptos empezaron a quedar obsoletos con el avance de los tiempos y el propio progreso de nuestro país, más necesitado de vías rápidas y seguras como las modernas autopistas y autovías, que de planes de desarrollo rurales, y el resultado está a la vista: con la extinción de las viejas radiales españolas todo su entorno parece también extinguirse lenta e inexorablemente.



Villares del Saz, otro clásico de la ruta Madrid-Valencia, es nuestro próximo destino. La desolación, el silencio y la soledad de los lugares emblemáticos que ya no lo son, es lo que vamos a encontrarnos también aquí. Pueblos manchegos que crecieron y vivieron al calor de la antigua nacional y que ahora languidecen en esa dulce decadencia nostálgica del abandono y el olvido. A menos de un kilómetro de sus calles, sin embargo, se escucha incesante el vivo rumor de la autovía A-3. La nueva carretera representa el futuro. Estos pueblos ya sólo simbolizan el pasado.


La mayoría de las gasolineras de la antigua radial han desaparecido o se encuentran abandonadas, pero otras, como esta a la entrada de Villares del Saz, siguen prestando servicio local. Peor suerte han corrido los talleres mecánicos, hostales, restaurantes de carretera y otro tipo de comercios asociados a la misma, incapaces de sobrevivir al desdoblamiento de la nacional y la consiguiente ausencia de viajeros y gentes de paso.


Rótulos de talleres mecánicos y de venta de quesos y jamones (o de vino y de carnes y chuletas a la brasa) representan la quintaesencia genuina de la antigua N-III a su paso por los pueblos de la provincia de Cuenca. Con la desaparición del tránsito en las travesías, los distintos municipios han cambiado también su fisonomía urbana al incorporar nuevos elementos como las aceras más amplias, farolas, bancos, jardines y otros equipamientos enfocados al exclusivo uso y disfrute de los vecinos y no de los viajeros ya inexistentes.


En este caso los carteles indicativos de orientación y distancias se han preservado con cierto esmero sobre sus originales estructuras tubulares. Hacia el este, 63 kms. a Motilla del Palancar y 218 a Valencia. Hacia el oeste, 50 a Tarancón y 132 a Madrid. Tierra de nadie en la soledad implacable de las primeras horas de la tarde de un domingo de Mayo. Pero la metáfora que subyace en la imágen es aún más despiadada: si durante muchos años este pueblo fue sólo un lugar más de paso entre tantos otros de la carretera nacional III, ahora ni siquiera le queda ese prestigio. Los carteles parecen una invitación estéril para un viaje que nadie volverá a emprender ni a continuar nunca desde aquí.



El apasionante viaje por mi vieja carretera del pasado continúa. Y como en los viejos tiempos, en solitario y cargado hasta los topes. Hay experiencias casi místicas que nos exigen rigurosa fidelidad a sus detalles originales para poder extraer de ellas todo su verdadero misticismo. De otro modo, la experiencia ya no sería la misma. Es la hora de comer y estoy descansando a la entrada de Honrubia antes de continuar el largo camino hasta Valencia y la Costa Blanca alicantina por la histórica ruta de la N-III y posteriormente por la N-332. Sé que no voy a comer, no por lo menos de momento. Hoy es uno de esos días venturosos en los que la carretera es mi único sustento, y me voy alimentando de recuerdos y de distancias.